lunes, 1 de diciembre de 2014

Crórica W (075): "Juguetes rotos"


28 de NOVIEMBRE de 2014

Días fríos, días oscuros, días de sofá y manta. El invierno empieza a asomarse y con él llega la Navidad. Hoy se da el pistoletazo de salida de cara al consumismo desenfrenado. Hoy se adelantan las compras navideñas con una costumbre muy americana, que pronto importaremos, como todo lo que viene de allí. Es el viernes negro, en el cual, las grandes superficies realizan ofertas con las que pretenden obtener grandes beneficios y deshacerse del stock de sus almacenes y así dar entrada a nuevos productos. 
 
Con la Navidad, viene el Olentzero y con el, los regalos. Hoy en día nos esmeramos por agasajar a los nuestros con infinidad de ellos, pensando que nunca van a ser suficientes o por temor a que no sean menos que los demás. Con esta práctica los niños pierden la ilusión y la esperanza. Se acostumbran a tenerlo todo y no valoran absolutamente nada. A saber cuáles de esos 10 ó 20 juguetes pasarán en breve a formar parte del montón de cacharros olvidados. 
 
Echando la mirada atrás, recuerdo cuando me levantaba de la cama a recoger el único regalo de turno. Sólo era uno, pero para mí, era el mejor regalo del mundo. Más atrás quedan esos juguetes tallados en madera por el aitite o la muñeca de trapo de la amama. Eran estructuras que asemejaban objetos reales, hechos con toda la intención del mundo, con las formas que permitían las manos cansadas de un anciano. No importaba, nuestra mente hacía el resto. Eramos capaces de inventarnos alas, ruedas, voces, sonidos e incluso poderes sobrenaturales. Un mismo juguete tenía múltiples usos. Eran juguetes que lo soportaban todo, no como los de ahora. Eras tú quien iba en busca del juego, no era el juguete quien te pedía que jugaras con él. Hoy en día los hay que lo hacen todo. No dejan sitio a la imaginación. Desde que entramos en la edad de plástico, algunos se rompen hasta sacándolos del envoltorio. Están fabricados para romperse y así poder continuar con un negocio multimillonario. Es algo que no llegan a heredar unos hermanos de otros.
Recuerdo las horas y horas que pasaba jugando con esos pequeños muñecos de brazos rígidos. Cuántas batallas, cuántas historias y cuántos guiones de cine se podrían haber escrito con las aventuras que salían de mi cabeza y de las cabezas de todos los niños de la época. Ahora, con la era digital, las historias están creadas y los niños sólo tienen que pulsar el botón de turno. Las empresas jugueteras crean productos, prácticamente autónomos, en los que la participación de los niños queda relegada prácticamente a la figura de espectador.
Atrás queda esa época en la que jugábamos incluso sin juguetes. Al burro, al escondite, a coger... La situación económica era otra y esa necesidad de jugar hacía aflorar el ingenio. El capitalismo y el consumismo nos han traído nuevas costumbres y nos han generado necesidades que antes no teníamos. Nada es suficiente, no nos conformamos con lo que tenemos y siempre hay que estar a la última, hay que seguir las modas. Comprar y comprar, gastar y gastar. Esa es su voluntad.

Está claro que la infancia es una etapa muy importante en el desarrollo del ser humano. Es un periodo que marca de manera clara el resto de nuestras vidas. De cómo vivamos esos días, dependerá en gran medida cómo seremos en el futuro. En manos de todos nosotros está que nuestros hijos no se conviertan en juguetes rotos.

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