martes, 4 de febrero de 2014

Crónica W (067): "Renegando del pasado"


31 de ENERO de 2014

Hemos podido observar cómo en un pleno municipal en Llodio, los distintos partidos políticos, se tiran los trastos a la cabeza a la hora de abordar y dar una solución al ruinoso estado en el que se encuentra uno de los edificios del parque de Lamuza, la llamada casa de la música, que junto al casino en el mismo parque y la torre de Ugarte, necesitan de una intervención urgente. Llodio se ha convertido en un pueblo sin casco viejo, casi sin historia palpable. Cuando no es el fuego, son las escavadoras quienes se encargan de borrar su pasado. En este caso es el paso del tiempo el que se esta dedicando a hacer el trabajo. Estos edificios llevan mucho esperando y ahora lo que no hay es dinero. Se han convertido en una carga para el ayuntamiento y para la diputación, que es quien tiene la propiedad. No se ha querido buscar una salida o un uso para ellos. De todas formas, se podría haber hecho un concurso de ideas en el pueblo, y seguro que habrían salido un montón, aparte de la cantidad de grupos culturales, deportivos y musicales que demandamos espacios para desarrollar nuestras actividades. Lo que falta es voluntad. Mi infancia transcurrió alrededor del parque de Lamuza, entre avellanos, ciruelos, abetos, castaños, magnolios y abedules. Ya entonces sus edificios tenían cierto deterioro y las inundaciones terminaron de darles la puntilla. Fueron rehabilitados, pero el casino es el que peor parte se llevó. Se le hizo un arreglo estructural y nada más. Fue el principio de su fin. En su época de esplendor, me imagino que sería la envidia de los amigos del marqués. El edificio donde realizar las fiestas en verano dentro de un entorno rodeado de flora variada y llegada de todos los rincones del mundo. Yo lo miro y veo a ese mito que el paso de los años le va restando movilidad, encorvando su espalda, marchitando la piel y dificultando el habla. Cualquier mitómano seguirá viendo al mito, pero quien no lo haya conocido, verá un anciano. Siempre correteábamos por el parque, por la vieja piscina junto a la bolera, ahora tapada, y nos subíamos en la morera de al lado del casino. Entrábamos en su interior y subíamos arriba por cualquiera de sus dos escaleras de caracol, una a cada lado de la estancia principal. Arriba había una terraza cubierta, pero abierta por todos sus costados, desde donde se podía divisar el parque en todas direcciones. Supongo que los marqueses de Urquijo pasarían veladas enteras en este lugar maravilloso. Luego bajábamos a la estancia central, toda ella cubierta con tarima, ya bastante deteriorada, y jugábamos por el resto de recovecos. Imaginábamos tesoros ocultos e incluso pasadizos secretos por los que el marqués podía moverse sin ser visto o escapar en caso de ser atacado. Qué bien nos lo pasábamos. Eran aquéllos años en los que divertirse no costaba dinero. Fuimos creciendo y el casino envejecía con nosotros. Ahora nos llevábamos nuestra música heavy y nuestras litronas. Era el sitio ideal para pasar la tarde junto a los colegas. Siempre el parque siendo el eje central de nuestras vidas, en el que nos movíamos con total libertad. Más adelante, decidieron tapiar todas las puertas para evitar que entrase nadie, pero aun así, accedíamos. Nos subíamos a un viejo ciruelo y desde ahí pasábamos a un tejadillo desde el que nos colábamos en su interior. El deterioro era tan grande, que se hacía peligrosísimo. Las escaleras interiores que años atrás vieron pasar a personalidades de gran importancia, estaban derruídas. En la adolescencia era lugar de parada y cortejo para numerosas parejas, que elegíamos el pórtico de la entrada principal para pasar la tarde, ¿Cuántos habremos pasado por ahí? Contrastaba el frío de la piedra donde nos sentábamos, con el calor de los arrumacos. Allí siempre había gente. El casino fue testigo mudo y fiel de aventuras y desventuras, incluso de infidelidades. Para muchos el rincón donde se dieron su primer beso, su primera caricia, su primer desamor. El casino, como siempre, compañero inseparable de viaje e incluso nos daba cobijo en los días lluviosos. Ahora ni eso, está totalmente vallado y no se puede acceder ni al pórtico. Es una pena. Siento como si una parte de mi pasado, de nuestro pasado, se estuviera desintegrando y desapareciendo. Llodio se va a acabar convirtiendo en un pueblo sin identidad, relegado a lo que cuenten los libros. Se ha perdido mucho, pero todavía hay tiempo de salvar algo de lo que queda. Es momento de reflexionar y de que se den cuenta de dónde venimos para saber a dónde vamos y que sin pasado no puede haber futuro…


2 comentarios:

Unknown dijo...

Cuantos maravillosos recuerdos, ojala no quede en el ólvido, un pasado que todos recordamos y por el que debemos de luchar, para que nuestros hijos puedan escribir tambien el suyo.........Parkea Bizirik

witi dijo...

Nunca mejor dicho kuki

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